«Leo los labios».
La situación me había desbordado un poco. ¿Qué solución podría tener? Reflexioné durante muchos días, hasta que una idea me visitó; la cual me proponía comprarle el piano: si convencía al vecino, se solucionaba el tema. Era muy posible que aceptara, ya que eran jubilados y se notaba la escasez de sus ingresos en su apariencia y la casa, un poco derruida, sin arreglos de muchos años.
Así que se hizo la compra del instrumento y terminó en el living de mi casa.
Pero la historia no termina ahí: una de mis hijas comenzó a jugar con las teclas y tanto se entusiasmó que me pidió estudiar música. He aquí que el señor resultó ser un gran director de orquesta ya olvidado y, al escuchar una tarde que ella pretendía tocar, se ofreció a enseñarle gratis, pues él necesitaba estar con la música de alguna manera.
Y así fue como ahora muchas tardes de la semana mi hija aprendió con el maestro, y su esposa nos acercaba ricos escones para disfrutar de las clases y la alegría de su marido, que, por supuesto, comenzaba a dormir plácidamente desde que transmitía los secretos musicales que había conocido durante su vida.
La vida cumple, como siempre, junto con su socio el tiempo, y este buen hombre partió hacia el más allá. Mi hija ahora es una gran pianista que disfruta de lo que hace. La mujer se fue a vivir con uno de sus hijos, y el piano está en un rincón; decidimos conservarlo, no nos molestaba su presencia, aunque algunas noches me pareció escuchar que sonaba. Tal vez sea el gato que, en sus aventuras nocturnas, persigue fantasmas y corretea sobre el teclado.

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